domingo, 31 de mayo de 2009

LA NOCHE DE LOS FEOS -MARIO BENEDETTI

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."

"Prometo."

"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"

"No."

"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.


2

No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.

domingo, 18 de enero de 2009

Charlie Parker & Dizzy Gillespie- (Hot House)

ahhhhhhh, uhhhhhhh mmmmmmmmmmmm, ohhhhhhhhhhhhhhh ,



Gilberto Gil- Kaya N'an Daya

A grande curiosidade, o maestro Gilberto em a grande clip e grande interpretação, neste homenage a Bob Marley.

Miles Davis y John Coltrane- So What

Que frustracion se siente cuando sabes que nunca tocaras ni remotamente parecido a estos dos tios, ni aunque estes toda la vida aprendiendo, sniffff.

!Los pelos de punta oyes¡


jueves, 15 de enero de 2009

Django Reinhardt -Swing

Jean Baptiste creció en un campamento gitano situado a las afueras de París, al lado de las fortificaciones que la rodeaban, a donde se había trasladado su tribu materna cuando tenía ocho años, absorbiendo la raíz gitana que luego se mostraría en su música. Django nunca llegó a utilizar juegos o a vivir en una casa verdadera hasta que cumplió los veinte años. Estos gitanos franceses o Manouches eran un mundo en sí mismos, medievales en sus creencias y desconfiados de la ciencia moderna. Django creció en este mundo de contradicciones, con un pie en la ciudad grande y apresurada de París y el otro en la vida histórica del gitano nómada.

Fue a una edad temprana cuando Django se sintió atraído por la música. Cuando tenía doce años consiguió su primer instrumento, un banjo que le regaló un vecino enterado de su interés prematuro por la música. Aprendió rápidamente a tocarlo, copiando la digitación de los músicos que podía observar. Asombró pronto a los adultos con su habilidad con la guitarra y, antes de los trece años, empezó su carrera musical con el popular acordeonista Guerino en un salón de baile en la Rue Monge. Tocaría también con otras bandas y músicos e hizo sus primeras grabaciones con el acordeonista Jean Vaissade para la Ideal Company. Dado que Django no sabía ni leer ni escribir en esa época, su nombre apareció como "Jiango Renard" en esas grabaciones.

El 2 de noviembre de 1928, a la una de la madrugada, Django regresaba a su casa-caravana de una noche de música en el nuevo club La Java. La caravana había sido llenada con flores de celuloide por su mujer, que pretendía venderlas al día siguiente. Django creyó oír un ratón y utilizó una vela para poder verlo. Un poco de cera caída sobre las altamente inflamables flores bastó para provocar un infernal incendio. El músico se envolvió en una manta para protegerse de las llamas. Tanto él como su mujer salvaron la vida, pero su mano izquierda y toda la parte derecha de su cuerpo de la rodilla a la cintura quedaron seriamente dañadas.

En un principio los doctores querían amputar su pierna, pero Django se opuso. Los cuidados recibidos en una enfermería serían luego decisivos para salvarle la pierna. Django estuvo dieciocho meses postrado en la cama. Al final había quedado incapacitado del cuarto y quinto dedos de la mano izquierda (que habían quedado contraídos hacia la palma de la mano debido al calor recibido por los tendones). No obstante, gracias a su ingenio inventó un sistema de digitación para suplir su problema, sistema que influyó en cierta medida en la originalidad de su estilo. Podía usarlos en las primeras dos cuerdas de la guitarra para los acordes y las octavas, pero su completa extensión era imposible. Con todo, fue capaz de convertirse en un gigante de la guitarra únicamente con el uso del dedo índice y del dedo medio.

De acuerdo con algunas fuentes, fue durante su período de recuperación cuando Django se introdujo en el jazz americano, cuando encontró un disco de Louis Armstrong, Dallas Blues, en un mercado originario de Nueva Orleans. Estuvo trabajando en los cafés parisinos hasta que en 1934 el jefe del Hot Club, Pierre Nourry, le propuso la idea de formar una banda de cuerdas en la que estarían él y Grappélli. Así nació el Quintet of the Hot Club of France, que rápidamente se hizo famoso en todo el mundo gracias a sus grabaciones para Ultraphone, Decca y HMV.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 disolvió el grupo, quedando Grappélli en Londres con el resto de los músicos y con Django regresando a Francia. Durante los años de la guerra lideró una big band, otro quinteto con el claritenista Hubert Rostaing en el lugar de Grappelli, y tras la liberación de París, grabó con músicos estadounidenses que llegaban de visita a Francia como Mel Powell, Peanuts Hucko y Ray McKinley. En 1946 Reinhardt comenzó a practicar con la guitarra eléctrica y realizó una gira por Estados Unidos como solista con la orquesta de Duke Ellington, aunque no obtuvo gran éxito. Algunas de sus grabaciones con la guitarra eléctrica en los últimos años de su vida son incursiones en el bop que suenan frenéticas en comparación con el alegre swing de sus inicios. Sin embargo, a partir de enero de 1946, Reinhardt y Grappelli llevaron a cabo varias reuniones esporádicas donde las influencias bop están más sutilmente integradas en el antiguo formato swing. Durante los años cincuenta, Reinhardt se retiró a Europa, tocando y grabando allí hasta su muerte, debida a una hemorragia cerebral, en 1953.

fuente Wikipedia


Non smoking orchestra- Unza unza time

Para que decir nada mas


lunes, 12 de enero de 2009

LOS FABULOSOS CADILLACS- VASOS VACIOS

despues de la pausa navideña vuelve con fuerza este blog, y aprovechando un dia sentimental me voy a regalar un directo de los fabulosos y esta cancion que me trae recuerdines agradeibols